martes, 13 de octubre de 2009







Una Opción por la vida


La profundidad y la vigencia son características inherentes a los textos clásicos. El mensaje a los pueblos y los gobiernos del mundo del General Juan Domingo Perón, fechado en Madrid el 23 de marzo de 1972, reúne ambas condiciones. El siguiente fragmento es además de palpitante actualidad un urgente llamado a la reflexión.


Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biósfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobreestimación de la tecnología, y de la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esa marcha, a través de una acción mancomunada internacional.
La concientización debe originarse en los hombres de ciencia, pero sólo puede transformarse en la acción necesaria a través de los dirigentes políticos. Por eso abordo el tema como dirigente político, con la autoridad que me da el haber sido precursor de la posición actual del Tercer Mundo y con el aval que me dan las últimas investigaciones de los científicos en la materia.
El ser humano ya no puede ser concebido independientemente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la tierra sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas.
La humanidad está cambiando las condiciones de vida con tal rapidez que no llega a adaptarse a las nuevas condiciones, su acción va más rápido que su captación de la realidad y no ha llegado a comprender, entre otras cosas, que los recursos vitales para él y sus descendientes derivan de la naturaleza y no de su poder mental. De este modo, a diario, su vida se transforma en una interminable cadena de contradicciones.
En el último siglo ha saqueado continentes enteros y le han bastado un par de décadas para convertir los ríos y mares en basurales, y al aire de las grandes ciudades en un gas toxico y espeso. Inventó el automóvil para facilitar su traslado, pero ahora ha erigido una civilización del automóvil que se asienta sobre un cúmulo de problemas de circulación, urbanización, seguridad y contaminación en las ciudades, y agrava las consecuencias de su vida sedentaria.

Las mal llamadas “sociedades de consumo” son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto porque el gasto produce lucro. Se despilfarra mediante la producción de bienes innecesarios o superfluos y, entre estos, a los que deberían ser consumo duradero, con toda intención se les asigna corta vida porque la renovación produce utilidades. Se gastan millones e inversiones para cambiar el aspecto de los artículos, pero no para reemplazar los bienes dañinos para la salud humana y hasta se apela a los nuevos procedimientos tóxicos para satisfacer la vanidad humana. Como ejemplo bastan los autos actuales, que debieron haber sido reemplazados por otros con motores eléctricos o el tóxico plomo que se agrega a las naftas simplemente para aumentar el pique de los mismos.
No menos grave resulta el hecho de que los sistemas sociales de despilfarro de los países tecnológicamente mas avanzados funcionan mediante el consumo de ingentes recursos naturales aportados por el Tercer Mundo. De este modo el problema de las relaciones dentro de la humanidad es paradójicamente doble: algunas clases sociales- las de los países de baja tecnología en particular- sufren los efectos del hambre, el analfabetismo y las enfermedades, pero al mismo tiempo las clases sociales y los países que asientan su exceso de consumo en el sufrimiento de los primeros, tampoco están racionalmente alimentados, no gozan de una auténtica cultura o de una vida espiritual o físicamente sana. Se debaten en el medio de la ansiedad, y del tedio y los vicios que produce el ocio mal empleado.
Si se observan en su conjunto los problemas que se nos plantean y que hemos enumerado, comprobaremos que provienen tanto de la codicia y la imprevisión humanas, como de las características de algunos sistemas sociales, del abuso de la tecnología, del desconocimiento de las relaciones biológicas y de la progresión natural del crecimiento de la población humana.
Esta heterogeneidad de las respuestas, aunque en última instancia tengan como denominador común la utilización de la inteligencia humana. A la irracionalidad del suicidio colectivo debemos responder con la racionalidad del deseo de supervivencia.



Juan Domingo Perón

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