miércoles, 14 de octubre de 2009

LA POÉSÍA EN LA CULTURA POPULAR:


El poeta como guardián de la casa

El hombre en comunidad, la humanidad toda haciendo el ejercicio más fantástico, que es el de denominar a las cosas y a las entidades a su alrededor, desde los orígenes de todo, desde siempre lo hizo utilizando las herramientas de la poesía, recostándose en ella, adorándola, cultivándola, poniendo por delante de todo, al nombrar, al mencionar, al denominar, a la belleza que solo la poética otorga, como sentido y como resguardo de nuestras cosas más importantes y trascendentes, absolutamente dignas de ser nombradas y totalmente dispuestas a ser resguardadas.

Así entonces, al nombrar y resguardar en el lenguaje y en la poética los aspectos más trascendentes de sus vidas, los hombres y las comunidades pudieron referirse al amor, a la felicidad, a la sonrisa de un niño, a los astros y a los dioses, a su tierra y también a la muerte, al pasado, a los ancestros, al camino recorrido, a sus saberes y también a los miedos. Es decir, a través del lenguaje y la poesía, las comunidades iban delimitando su derrotero cultural, sus anhelos, sus deseos y las formas y, maneras de denominarlos, de acuerdo a cada lugar y a cada pueblo, es decir, solo a través de la poesía podían hacerlo.

Está claro que para hablar de poesía hay que hablar de lenguaje y afirmar que éste, el lenguaje y toda su estructura creada alrededor de la palabra y de las palabras, es la verdadera casa del hombre, pues sin estas estructuras de denominaciones y términos nos sería imposible comunicarnos, dialogar entre nosotros, construir cultura en definitiva. Pero si está claro entonces que el lenguaje es la casa del hombre, el poeta o el que ejerce la poesía vendría a ser el guardián de tan extraordinaria casa donde la cultura humana se edifica y se construye día a día.

El habla no es un instrumento más del que disponen los hombres, sino que es aquel acontecimiento que dispone de las más altas posibilidades para el hombre. Desde que tenemos palabra, es imposible concebir el lenguaje en soledad, como si un hombre sólo lo utilizara para pensarse a sí mismo. Por eso, desde que tenemos palabras también tenemos diálogos y desde que somos diálogos somos hemos experimentado mucho y nombrado muchos Dioses. Hasta que el habla no aconteció propiamente como diálogo, vinieron los Dioses a la palabra y apareció el mundo, como se señala tan certeramente en los evangelios: “En el principio la palabra de Dios” (Juan 1:1).

Si la palabra entonces es el hecho más importante con el que nos hemos encontrado los hombres, estás nunca están solas, sino que se expresan en estructuras de lenguaje y en formas de comunicación que son obligatoriamente el diálogo, con los demás, con nosotros mismos y con Dios, dueño de la palabra. Es decir, intercambiar palabras entre unos y otros, para construir una realidad que nos contenga es el objetivo permanente de toda cultura, porque al ser el lenguaje la gran estructura de la cultura humana, la construcción de realidades por parte de los grupos y comunidades depende mayormente de la capacidad de ponerse de acuerdo, de comunicarse, de precisar denominaciones comunes, precisamente para denominar, para nombrar, para crear, para proyectar y consolidar lo que deseamos colectivamente.

“ Poner en consideración”, por decirlo de alguna manera cuando planteamos alguna idea a la persona o al grupo que tenemos al lado o al cual pertenecemos, significa entonces, elevar por primera vez hasta la palabra lo previamente no pronunciado, nunca dicho hasta el momento y dejar aparecer, en el decir, lo hasta ahora escondido. Si pensamos el decir desde este punto de vista, entonces puede verse que el lenguaje en general y la poesía en particular albergan es sí el tesoro de todo lo real, el tesoro de todas las posibilidades que nuestra cultura contiene.

En un punto somos como plantas que, con las raíces y con el lenguaje debemos ascender desde la tierra, para poder florecer en el éter y dar frutos, entendiendo a la tierra como todo lo visible y palpable y al éter como al cielo, es decir todo aquello que sabemos que existe pero que todavía no percibimos con los sentidos propiamente dichos. En este ascenso desde la tierra al cielo vamos construyendo y haciendo cultura, es decir, vamos construyendo la Patria.

Juan Sartoretto

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