martes, 20 de octubre de 2009

EL IGUASU, SEGÚN KAUL GRUNWALD


Por Gabriel Grana




Guillermo K. Grunwald, el católico apostólico pero Entrerriano, expulsado de las universidades por la dictadura, es el poeta de la Mesopotamia así como Horacio Quiroga es el cuentista. Kaul, aquel joven que trabajaba de peón en los enormes campos de un terrateniente de Entre Ríos y fue juntando, no resentimiento como fácilmente indican los gorilas, sino deseos de dignidad y mucha búsqueda de Patria, de verdades profundas, de desenmascaramientos necesarios; por eso K. Grunwald es el fundador del Develacionismo Poético, que tiene el sentido de mostrar las claves de la Identidad Americana, por medio de una sensibilización pujante sobre dimensiones verdes donde rueda y rueda agua como una imagen tan constante que parece inmóvil de la propia energía que hay ahí, entreverándose con urgentes dispersiones de pájaros negros que estallan en un cielo también de agua. Esto no es realismo mágico, porque Kaul desgarra hasta el velo también colonizado de cierta literatura que sólo produce aquello que los oídos europeos quieren escuchar de América.

Leer a Kaul es entrar a un mundo que si bien al principio te puede parecer extraño, luego lo sentís propio, ya que toca tu misma fibra dormida de la América profunda y te muestra un Iguasú como intersección entre lo geográfico y lo político, en esa zona que va desde la represa de Itaipú, por Brasil, pasando por Yaciretá en el argenguayo río Paraná, y Salto Grande sobre el río Uruguay, objetos monumentales y símbolos que tranquilamente serían buen alimento para cuentos de ciencia ficción, con gigantescas usinas, diques y lagos postizos. El Iguasú como caleidoscopio y aleph, donde también uno puede ver la fuerza indescriptible de las Cataratas, al Pomberito apareciéndose por un sendero de la selva, a Horacio Quiroga, cuevas de lagartos, la anaconda de Quiroga, a la Coca Sarli mojada y sonriente, a San Martín naciendo, el éxtasis genesíaco de la música guaraní, a los Jesuitas con sus metáforas bíblicas, a Artiguitas que no quiere ser esclavo, un hueso caracú abrazado por el musgo, la canoa de José Vasconscelos cruzando, la forma de puño defensivo que tiene la provincia de Misiones frenando antiguas ambiciones imperiales, aludes de agua que caen de los poemas de Grunwald como deshilachados o hechos tormenta, mutaciones de todo tipo y a cada rato, poemas que son saltos, palabras rodantes como el agua que crean cúspides de piedras prismáticas arracimadas de puntas y vértices con reventones de aves y sonidos míticos en una jungla de palabras seminales y delirantes, poemas que son espacios de libertad donde ruedan hasta tus pies larguísimas víboras remolcadas por el ímpetu del agua. Kaul es el poeta del árbol, del agua, de la patria, del ser ahí, que deja el sonido de su pie y la tinta de su sensibilidad nacional y popular al andar por el Iguasú que es, tanto por su ubicación a la izquierda del mapa como por su latido permanente de fundaciones poblacionales, el mismo corazón de América.

Las naciones del mundo dieron filósofos, pero para ser tales tuvieron que leer a los poetas, porque éstos están conectados con el pensar más hondo de donde proviene el amor más profundo. Por ejemplo, Kaul escribe a la roca basáltica de Misiones, que es una piedra oscura pero de estructura prismática, y por medio de ésta hace ver la frondosa espesura de una jungla de sentidos que vienen de la tierra, del pueblo, de lo más hondo y de lo más vivo. Y si acordamos que el poeta es el guardián del lenguaje donde habitamos como si fuera una casa, una casa hecha de palabras, espacio y tiempo del Ser donde todo interactúa, letra y árbol, letra y agua, letra y pájaro, letra y tierra, letra y liberación nacional.



“Tierra/Que no cesa de instalarse en la palabra/que la llama(…) Dancemos nuestro círculo mágico en dirección al cero(…) desterrando nos tiene entre pronombres/ el ritual de las aguas./ Dancemos. Somos dos. Número par/tu/ eres mi yo. Y el viento/ y la selva/ y el abismo/ mis circunstancias./ Venías rodando/ venías a ser/ tierra/ y/ a ser/ América. y/ a ser/ este tranco de selva colorada/ a ser/ la A del guaraní/ venías./ (…) Y,/ flanco nocturno, el Paraná/ (…)/ en su amable costumbre se ser cuna y ataúd,/ él nos convoca;/ con todas las ganas,/ ser arriba,/ ser abajo,/ proponiéndonos todos los costados./ (…)/ De esto, como digo, ya hace leguas/ de siglos/ pero Misiones no ha olvidado todavía/ la edad del árbol,/ su proclama de verdes estatutos./ (…) y yo,/ que venía a inaugurar la vida/ en el pulso celeste del domingo,/ te pronuncié/ en la humedad del llanto y de la muerte: Avá!./ Circúlame/ (…) Asísteme, Ca-á. asísteme/ y/ dame de beber de tu eterno amargor/ hasta/ que el Paraná vuelva a ser cauce/ desde Iguasú a la Antártida nombrándonos./ (…)/ Y me perdí en tu piel, loco reloj de sombra(…)/ yo en ti aprendí a habitar la fruta del milagro”.

“Y de entrada se me dijo: cántale!./ Cántale mismo en iguasú. Cántale/ al agua,/ mujer enloquecida por ser/ mapa!”

“¿Qué has hecho durante el día?/ nada./ ¿Qué traes en las manos?/ nada./ ¿Qué puedes contar del río, del puente?/ nada/ …/ ¿Y eso?/ mis cenizas, “la del mirlo que sólo a ella le cantaba”/ …/.

K.Grunwald

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