martes, 5 de enero de 2010

La realidad argentina, imperativo espiritual

El gobierno nacional, haciendo justicia, declaró al 2009 como año
de homenaje a Raúl Scalabrini Ortiz. Desde Moreno nos sumamos
al reconocimiento reproduciendo uno de sus textos Clásicos,
un fragmento del prólogo a política Británica en el Río de la Plata.



La economía es un método ausculturación de los pueblos. Ella nos da palabras específicas, experiencias anteriores resumidas, normas de orientación y procedimientos para palpar los órganos de esa entidad viva que se llama sociedad humana. En puridad, la economía se refiere exclusivamente a las cosas materiales de la vida: pesa y mide la producción de alimentos y de materia prima, tasa de las posibilidades adquisitivas, coteja los niveles de vida y la capacidad productiva, enumera y determina los cauces de los intercambios y, en momentos de fatuidad, pretende pronosticar las alternativas futuras de la actividad humana. Pero la economía bien entendida es algo más. En su síntesis numéricas laten, perfectamente presentes, las influencias más sutiles: las confluentes étnicas, las configuraciones geográficas, las variaciones climatéricas, las características psicológicas y hasta esa casi inasible pulsación que los pueblos tienen en su esperanza cuando menos.
El alma de los pueblos brota de entre sus materialidades, así como el espíritu del hombre se enciende entre las inmundicias de sus víceras. No hay posibilidad de un espíritu humano incorpóreo. Tampoco hay posibilidad de un espíritu nacional en una colectividad de hombres cuyos lazos económicos no están trenzados en un destino común. Todo hombre es el punto final de un fragmento de historia que termina en él, es al mismo tiempo una molécula inseparable del organismo económico que forma parte.  Y así enfocada, la economía se confunde con la realidad misma.
Temas para extraviar son todos los de la realidad americana. Esa realidad nos contiene, su calidad condiciona la nuestra. Somos un instante de su tiempo, un segmento de su espacio histórico. Ella delimita constantemente la posibilidad del esfuerzo individual. No podemos ser más inteligentes que nuestro medio sin ser perjudicial a los que quisiéramos servir y a nosotros mismos. Valemos cuanto vale la realidad que nos circunda.
La realidad se anecdotiza incensantemente en nuestros actos y en nuestros pensamientos sin que la inteligencia americana se preocupe de consignarlos. Solemos referirnos a los pasados de América que se anotaron con trascendencia histórica, solemos hilvanar imaginerías sobre su porvenir, pero el instante vivo en que la historia se confecciona, sólo ha merecido desdén d ela inteligencia americana que podía haberlos descrito. Y esa es una de las grandes traiciones que la inteligencia americana cometió con América.
Cuatro siglos hacen ya que la sangre europea fue ingertada en tierra americana. Tres siglos, por lo menos, que hay inteligencias americanas nacidas en América y alimentadas con sentimientos americanos, pero los dcumentos que narran la intimidad de la vida que esos hombres convivieron no se encontrará, sino que ocasionalmente por ninguna parte.
Razas enteras fueron exterminadas, las praderas se poblaron. Las selvas vírgenes se explotaron y muchas se talaron criminalmente para siempre. La llamada civilización entró a sangre y fuego o en lentas tropas de carretas cantoras. El aborigen fue sustituido por inmigrantes. Estos eran hechos enormes, objetivos, claros. La inteligencia americana nada vió, nada oyó, nada supo. Los americanos con facultades escribían tragedias al modo griego o disputaban sobre los exactos términos de las últimas doctrinas europeas. El hecho americano pasaba ignorado para todos. No tenía relatores menos aún podía tener intérpretes y todavía menos conductores instruidos en los problemas que debían encarar.
Sin un contenido vital, las palabras que en Europa determinan una realidad, en América fueron una entelequia, cuando no una traición. El conocimiento preciso de la realidad fue suplantado por cuerpos de doctrina, parcialmente sabidos, que no habián nacido en nuestro suelo y dentro de los cuales nuestro medio no calzaba, ni por aptitudes, ni por posibilidades, ni por voluntad. la deliberación de las conveniencias prácticas fue reemplazada por antagonismos tan sin sentido que más parecían antagonismos religiosos que políticos o intelectuales. En esas luchas personales o absurdamente doctrinarias se disipó la energía más viva y pura que hubiera podido animar a estas nacientes sociedades.
Los revolucionarios de 1810, por ejemplo, con exclusión de Mariano Moreno, adoptaron sin análisis las doctrinas corrientes en Europa y se adscribieron a un libre cambio suicida. No percibieron siquiera, esta idea tan simple: si España, que era una nación poderosa, recurrió a medidas restrictivas para mantener el dominio comercial del continente, ¿Cómo se defenderían de los riesgos de la excesiva libertad comercial estas inertes y balbuceantes repúblicas sudamericanas? Pero el manchesterismo estaba en auge y su adopción ciega se le sacrificó todas las industrias locales.
Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber exactamente como somos. Bajo espejismos  tentadores y frases que acarician nuestra vanidad para adormecernos, se oculta la penosa realidad americana. Ella es a veces dolorosa, es el único cimiento incorruptible en que pueden fundarse pensamientos sólidos y esperanzas capaces de resistir a las mas enervantes tentaciones.



                                                                                                                                                             Raúl Scalabrini Ortiz

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