jueves, 7 de enero de 2010

El Maestro
Florencio Molina Campos

Fue con los pinceles, claro, que Florencio Molina Campos alcanzó el merecido halago de ser llamado maestro. No es en tal sentido, sin embargo, que recurrimos esta vez al vocablo. Es una tarea más humilde pero no menos profunda la que encaró para entrar también desde esta faceta, en la historia.
¿Qué lllevó al artista de fama mundial a dedicar sus esfuerzos a la enseñanza de las primeras letras a un grupo de chicos que vivían en el medio de un casi despoblado Cascallares? Las motivaciones individuales no deben descartarse, pero suelen estar inmersas en una tradición colectiva que condiciona la opción.
Beatriz Sarlo, prestigiosa analista de la cultura y de los comportamientos sociales, rescata en el libro La Argentina pensada un hilo conductor tan curioso como verdadero: "estamos viviendo-señaló en su texto de 1998- los últimos destellos de varios impulsos. Uno, el de Sarmiento y el de la generación del 80, que fueron verdaderamente importantes. Lo que todos sabemos: la ley de educación gratuita, universal y obligatoria, con la característica de que era universal para chicos y chicas" ya que "esa ley de 1880 no hacía distingos de sexos y era muy progresista. El otro gran impulso, que consistió en la inversión educativa-aunque los contenidos podían ser distintos- fue el de la década peronista. Hubo una gran inversión educativa en ese período. Y también se pusieron las bases materiales e intelectuales para la investigación científica".
Será el breve relato sobre los inicios de aquella escuelita de campo el que demostrará la confluencia de las tendencias marcadas por Sarlo.
Fue en 1954 que el pintos, personalmente, se acercó a las casas vecinas algunas varias manzanas distantes , para pedirles a los padres que mandaran a los chicos a ese inminente colegio que durante quince días funcionaría en su propia casa. Su viuda, María Elvira Ponce Aguirre, cuenta los pasos siguientes: "resolvimos levantar, en un rincón de nuestra chacrita, una pequeña escuela. A los pocos días, ya estaban apilados los materiales para este objeto. Nuestros escasos recursos no nos permitían hacer algo importante, y Florencio resolvió imitar la humilde escuelita donde nuestro gran Sarmiento enseñara las primeras letras en San Francisco del Monte de Oro de San Luis: dos aulas, un corredor cubierto, un gran patio para recreo de los niños y en medio de él, el mástil donde flameara nuestra bandera".
Santiago Cocchiarella, un argentino nacido en Libia el 9 de Agosto de 1941, sentado frente a nosotros en la casa de su hermano Nicola reclama para él y para su hermana María Victoria el privilegio de haber sido los dos primeros inscriptos. De su memoria salen también los nombres de los otros seis pioneros: José María Cavallos, Rosa Cisneros, Ramón Cisneros, Carmen Carrara, Beatriz Emilia Acosta y Juan Quesada. Es Elvirita, en tanto, la que rememora con ternura los esfuerzos iniciales: "los trabajos que empezaron de inmediato. Dos albañiles de la zona, padres de los futuros alumnos de los cuales desgraciadamente no recuerdo los nombres y el propio Florencio, eran los obreros. Recuerdo como si esto hubiera sido ayer: uno de los hombres hacia la mezcla, el otro se encargaba de llevar los materiales a la obra y mi mariso colocaba, con una habilidad increíble, ladrillo tras ladrillo. Yo me encargaba de hacer el almuerzo para los trabajadores, quienes se deleitaban con mis locros, cazuelas o empanadas mendocinas".
Al esfuerzo privado se sumó, a la brevedad, el aporte estatal del municipio: "era intendente entonces, el doctor Alberto A. Vera de quién mi marido era gran amigo y paciente. Que gran ayuda recibimos de él: los 40 bancos y los escritorios, que habían pertenecido a alguna escuela que había podido cambiarlos por otros nuevos, ya eran para nuestra escuelita; la bandera fue confeccionada por sus hermanas, los delantales blancos, en mis horas libres los confeccionaba yo, con la ayuda de dos vecinas, madres de las criaturas".
Fue el doctor Vera, además, el que realizó las gestiones para la oficialización de la escuela. Es así como el 10 de enero de 1955, en La Plata, se dictó la resolución 00029 mediante la cual, teniendo en cuenta "los objetivos especiales fijados por el Segundo Plan Quinquenal" el ministro de Educación resuelve "crear una escuela en el paraje denominado Cascallares del distrito de Moreno, la cual, con el número 20, funcionará en el local cedido gratuitamente con carácter provisorio por el señor Florencio Molina Campos, a quién se agradecerá su generoso aporte a favor de la enseñanza primaria de la Provincia". El tercer artículo de esa Resolución decide además "remitir, oportunamente, a la nueva escuela por intermedio de la Dirección de Administración el material escolar neceario, calculado para 30 alumnos".
Sara Mansilla de Prieri fue la primera docente a cargo de la direccion aunque según su testimonio, conservado en el actual edificio de la escuela "antes habían nombrado a una maestra de Luján" que estuvo por poco tiempo. Vinieron luego las señoritas Corsi y Guidi pues así lo requería el número de alumnos en constante aumento.
No solo en la foto, también en la memoria, ha quedado fijado aquel asado de un 25 de mayo en que don Florenci Molina Campos, su esposa Elvira y el intendente Alberto Vera compartieron con los alumnos y sus familiares una jornada que se intalaría en la historia por derecho propio. El gran maestro de la pintura era tambén ahora, simplemente, maestro. Y maestro de los alumnos mas humildes. Florencio Molina Campos había optado, otra vez, por los gauchos y las paisanas.

                     Pablo José Hernández

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